La estratégica cumbre de Murugain, desde cuyos 778 metros de altura se dominan los cursos fluviales del Deba y del Aramaio, ha despertado a lo largo de la historia el interés de distintos pobladores necesitados de un buen emplazamiento defensivo. Los últimos en guarnecerse en esta cima, hace tan solo 75 años, fueron los milicianos rojos del Batallón Dragones que desde octubre de 1936 a abril de 1937 contuvieron el avance de las tropas franquistas en su ofensiva hacia Bizkaia.
Los combatientes republicanos vieron favorecido su atrincheramiento mediante el aprovechamiento del trabajo previo de unos ocupantes anteriores. Los restos amurallados de un castro prehistórico y las trincheras de un conflicto bélico del siglo XX se dan así la mano sobre la cima de un monte que bien pudo albergar el primer núcleo de población de todo Debagoiena. Así lo aventuraba Armando Llanos, director del Instituto Alavés de Arqueología.
Este instituto y el Ayuntamiento de Aramaio han patrocinado las excavaciones que ahondado en la investigación del aún poco estudiado poblado fortificado de la Edad del Hierro que se erigía sobre la cima de Murugain tres mil años atrás.
También han permitido descubrir abundantes restos de cerámica, un molino de mano, varias piedras de afilar… e incluso un pavimento empedrado. Pruebas irrefutables de la existencia de un asentamiento humano estable y dotado de estructura social en una época en que sus vecinos más próximos pudieron haber sido los habitantes del poblado azkoitiarra de Munoandi.
El arqueólogo Etor Telleria advertía que «ambas aldeas eran de la mismo tipología» y no descartaba que sus pobladores «pudieran conocerse entre sí y mantener algún tipo de relación».
El director de las prospecciones arqueológicas de Murugain explicaba que «mil años antes de Cristo los núcleos de población aún se asentaban sobre las cimas. Hasta pasados más de 500 años no comenzaron a surgir los primeros asentamientos en los valles».
Se puede aventurar por tanto que el poblado de Murugain pudo ser el único núcleo humano organizado de su época en todo el Alto Deba. Es decir, que los primeros debagoiendarras habitaron este enclave situado geográficamente a caballo entre los actuales términos municipales de Aramaio, Aretxabaleta y Arrasate.
Las investigaciones de los arqueólogos de Ondare Babesa han contribuido a arrojar un poco de luz sobre lo que, en palabras de Etor Telleria, se trataba de un «pequeño poblado de chozas rodeado por una empalizada sustentada sobre un muro de piedra».
Desaparecido todo rastro de madera o vegetales, los únicos restos que se han preservado hasta nuestros días son las ruinas de ese amurallamiento perimetral. El equipo de arqueólogos encabezados Telleria ha seguido la pista a este muro que en algunos puntos alcanzaba los 300 metros de longitud. Fue «construido aprovechando los desniveles de la roca para levantar encima un zócalo a base de bloques de piedra caliza y rematando la obra con una empalizada de madera» explicaba Telleria.
Los extensos bosques que por entonces cubrían todo el territorio eran una fuente inagotable de madera tanto para erigir esta empalizada como para construir las chozas que poblaban la aldea.
La empalizada, según Telleria, tenía una finalidad defensiva frente a eventuales ataques de otros poblados tribales. Además mantenía alejados a los depredadores, sobre todo del ganado. La actividad agropecuaria y la caza sustentaban a esta comunidad cuyo número constituye una incógnita. El recinto amurallado de Murugain era relativamente pequeño – ocupaba unas 4,5 hectáreas- como consecuencia de la limitación de espacio y orografía para configurar la muralla perimetral.
El núcleo urbano estaba formado, aventura Telleria, por viviendas de características «muy simples» construidas mediante postes de madera que sustentaban una cubierta vegetal y unos muros de adobe y ramas. Sus dimensiones «rondaban los 30 metros cuadrados».
Telleria y su equipo de no han hallado sin embargo ningún resto de aquellas viviendas. Pero los aterrazamientos descubiertos para su edificación, el pavimento empedrado y los elementos cerámicos y de uso cotidiano desenterrados, dejan pocas dudas sobre la existencia de un asentamiento humano estable en Murugain. Una comunidad de pastores y labradores dotada de alguna estructura y jerarquía social como para construir y mantener un elemento de fortificación común.
Las excavaciones tampoco han sacado a la luz ningún resto óseo de aquellos seres que vivieron hace tres mil años en Murugain. Etor Telleria atribuía a la elevada humedad y acidez del terreno la ausencia de cualquier vestigio de la osamenta de las ovejas, cabras y vacas que aquellos prehistóricos pobladores criaban y consumían. Por otro lado, la incineración de cadáveres fue una práctica generalizada durante toda la Edad del Hierro.
El dominio de la metalurgia contribuyó a mejorar significativa la actividad agrícola de aquella comunidad. Las herramientas de hierro les permitieron acometer las primeras transformaciones del medio, despejando bosques para posibilitar los cultivos cerealísticos -trigo y centeno- así como la plantación de hortalizas en los campos colindantes al poblado. El suministro de agua se garantizaría mediante la construcción de pozos o aljibes para recoger el agua de lluvia, tal como se ha observado en otro poblado similar ubicado en Tolosa. También el dominio de la cerámica les permitiría fabricar recipientes para tal fin.
El origen étnico y el idioma de estos primitivos pobladores constituye hoy por hoy un enigma. Algunos investigadores apuntan a que en aquella época el euskara convivía con las lenguas celtíberas. A este respecto Luis Mitxelena planteaba en 1954 la hipótesis de que hubo un intercambio de grandes proporciones, con la lengua íbera como dadora por su superioridad cultural, y la vasca como receptora.